La Edad Media: tres culturas y un mapa político en constante cambio (711-1474)
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History
Institution
Bachillerato
Este documento de historia ofrece un apasionante recorrido por el surgimiento y desarrollo de las civilizaciones antiguas, explorando los aspectos clave que dieron forma al mundo en el pasado.
Historia de España 2º Bachillerato 2021/22. Estándares preferentes. Ángel Pastor
BLOQUE 2. La Edad Media: tres culturas y un
mapa político en constante cambio (711-1474)
1. Evolución política de al Ándalus
a) Los inicios de la conquista. El valiato o emirato dependiente (711-
756)
En julio de 711 llegó al sur peninsular un contingente musulmán compuesto
por algunos árabes y una mayoría de bereberes dirigidos por Tariq, lugarteniente
del gobernador del norte de África, Musa. El último rey godo, Rodrigo, que se había
hecho con el poder al imponerse a los hijos de su antecesor, Witiza, estaba
combatiendo en el norte peninsular contra los vascones y tuvo que regresar
apresuradamente para hacer frente a los invasores en la batalla de Guadalete.
Tras una fácil victoria musulmana, en seguida cayeron Sevilla y Córdoba. En
712, Musa y su hijo Abdalaziz cruzaron el estrecho de Gibraltar e iniciaron otra
campaña paralela, tomando Mérida y Toledo, donde reunieron sus tropas con las
de Tariq. Después fueron cayendo ciudades norteñas como Zaragoza o Lérida. El
fulgurante avance musulmán se detuvo en 714, cuando el enfrentamiento entre
Tariq y Musa provocó que ambos fueran llamados a rendir cuentas ante el califa de
Damasco. Tariq fue ejecutado y Musa condenado a no volver a Al Ándalus. Pero
Musa había dejado en el poder a Abdalaziz, aunque su gobierno no pudo
consolidarse pues sus propios hombres lo asesinaron por haberse casado con una
cristiana, la viuda de Rodrigo.
A la muerte de Abdalaziz siguió un periodo de caos político hasta que un
contingente militar llegado de Siria restableció el orden, sucediéndose distintos
walís/valíes (gobernadores) hasta el año 756. Las atribuciones de los walís eran
tanto militares (consolidar y ampliar las conquistas), administrativas (reparto de
cargos, cobro de impuestos), como religiosas (representar al califa como líder del
islam). Durante esta etapa la Península se convirtió en una provincia más del
califato de Damasco gobernada por un dirigente que actuaba como representante
del califa, pero fueron años de gran inestabilidad política y de fuertes
enfrentamientos entre grupos musulmanes. El mayor problema al que tuvieron
que enfrentarse los gobernadores fue la recuperación de tierras para el Estado
musulmán, pues durante los primeros momentos muchos bereberes se apropiaron
arbitrariamente de los territorios conquistados. Además, se vivió una guerra
religiosa entre los kaisíes, que defendían la superioridad de los árabes dentro del
islam, y los yemeníes y jarichíes, que pedían la igualdad efectiva de todos los
musulmanes. Otros problemas fueron la supuesta victoria cristiana en Covadonga
(722) y sobre todo la derrota de Poitiers (732) frente a los francos de Carlos
Martel, que frenó el avance islámico hacia el norte de Europa.
b) Emirato independiente de Córdoba (756-912)
La situación cambió radicalmente con la llegada al poder de Abderramán I
como consecuencia del cambio de dinastía que tuvo lugar en Damasco, cuando
los Omeyas, que se habían hecho con el control del islam desde 661, fueron
desplazados en 750 por el clan de los Abásidas iraquíes. Los nuevos dirigentes
aniquilaron a cuantos Omeyas pudieron y trasladaron la capital del califato a
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Bagdad, pero algunos Omeyas pudieron escapar y uno de ellos, Abderramán,
llegó a la península en 756, cuando el gobernador Yusuf se encontraba en Zaragoza
sofocando una revuelta yemení. Tras proclamarse emir de al Ándalus, Abderramán
estableció su capital en Córdoba, aprovechó en su propio beneficio las rivalidades
entre kaisíes, yemeníes, sirios y bereberes, y logró rechazar a un ejército enviado
desde Bagdad para capturarle. El nuevo amo de al Ándalus llevó a cabo una
sirialización del estado andalusí y se ganó un notable apoyo popular por su
relativa tolerancia religiosa y cultural. Dividió sus dominios en coras y marcas
militares, aceptando el Duero como frontera natural que separaba sus territorios
de una vasta tierra incontrolada salpicada de cristianos norteños. Fue un notable
impulsor de las ciencias y las artes e inició la construcción de la mezquita
cordobesa. Pero su afán de consolidar su poderío militar mediante un ejército
permanente de mercenarios bereberes y esclavos, así como de una poderosa
flota, le obligó a elevar la presión fiscal sobre sus súbditos. Por otra parte, se
enfrentó a los jeques de Zaragoza y Barcelona, que pidieron ayuda a los
francos, quienes aprovecharon para consolidar su control sobre la actual Cataluña,
que ellos bautizaron como Marca Hispánica. Antes, los francos habían sido
atacados por tribus vasconas en el navarro desfiladero de Roncesvalles (778),
donde perdió la vida uno de los caudillos francos, Roldán. Abderramán I tampoco
pudo impedir que en la zona pirenaica surgieran pequeños núcleos cristianos
independientes que más tarde darían lugar a los reinos de Navarra y Aragón.
Hicham I sucedió a su padre Abderramán I en 788. Se centró en afianzar
las creencias musulmanas y las normas jurídicas. También emprendió razias o
aceifas contra territorio gallego y asturiano, aunque fue derrotado por Alfonso II
de Asturias en Lutos. Murió de forma prematura. A Hicham le sucedió su hijo Al
Hakam I en 796, quien ejerció una brutal política en la que destacaron dos
episodios. El primero fue la jornada del foso, acaecida en Toledo en 797, cuando
para acabar con las protestas de los muladíes (cristianos convertidos al islam)
motivadas por la creciente presión fiscal, el emir convocó a sus líderes a un
banquete a para llegar a un acuerdo, que en realidad era una trampa mortal:
aprovechó para decapitarlos, arrojando a continuación sus cabezas a un foso. Al
parecer, obligó a que su hijo y sucesor, Abderramán, fuese testigo de los hechos. El
segundo evento se produjo años después: el motín del arrabal cordobés de 818.
En él, aquellos que cuestionaban la autoridad de Al Hakam fueron crucificados;
el arrabal fue reducido a cenizas y los escasos supervivientes fueron desterrados.
Pese a que dejó un Estado bien organizado y sólido, reconstruyó Toledo y realizó
varias emisiones de moneda, Al Hakam no pudo evitar el avance cristiano en el
norte peninsular.
Su hijo Abderramán II, que gobernó de 822 a 852, fue un derrochador y
mujeriego que siguió realizando aceifas en territorio cristiano con objeto de lograr
cautivos y botín. En 850, un grupo de cordobeses cristianos fanatizados
salieron a las calles blasfemando en contra del islam en protesta por la
marginación a la que estaban sometidos los mozárabes (cristianos que vivían en
territorio musulmán). Se dice que unos cincuenta fueron ajusticiados,
convirtiéndose en mártires del cristianismo. El conflicto no se solucionó hasta que
el siguiente emir, Mohamed I, decapitó a uno de los líderes exaltados, el cura
Eulogio. Por lo demás, Abderramán II incrementó la presión fiscal, fundó la
ciudad de Murcia e impulsó la cultura, atribuyéndosele la introducción de la
numeración decimal en la Península. No obstante, tuvo que hacer frente a
incursiones normandas y vikingas en las costas y a una rebelión de los Banu
Qasi, clan musulmán que se alió con los cristianos de Pamplona.
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Mohamed I (852-886), hijo y sucesor del anterior, marcó el inicio de la
decadencia del emirato independiente. En este periodo se produjo la rebelión de
Ben Hafsun (880), que en torno a su castillo de Bobastro (Málaga) declaró un
pequeño reino independiente. El sucesor de Mohamed I, su hijo Almundir (886-
888), murió en el asalto a esta fortaleza, aunque se especula con que pudiera haber
sido envenenado por su propio hermano Abdalá I (888-912), quien finalmente
derrotó a Hafsun, que para aquel entonces se había convertido al cristianismo y
adoptado el nombre de Samuel. Pero esto no evitó que en el emirato se
mantuviesen las luchas por el poder y las protestas muladíes.
c) Califato de Córdoba (912/929-1031)
Abderramán III (912-961), nieto de Abdalá, llegó al poder con apenas 20
años pero supo gobernar con mano dura sin descuidar la diplomacia. Se hizo con
el dominio definitivo de áreas rebeldes como Zaragoza, Tudela o Málaga y obligó
a todos los señores territoriales a pagarle tributo, a residir en Córdoba y a que le
juraran obediencia como nuevo califa, ya que en 929 se auto proclamó príncipe
de los creyentes y sucesor de Mahoma. Siguió afrontando las incursiones
vikingas en zonas costeras y se vio derrotado por los cristianos en la batalla de
Simancas (939). No obstante, pronto se recuperó y acometió una campaña de
aceifas que le permitió imponer suculentas parias a los cristianos. También
guerreó contra los fatimíes chiitas en el norte de África. Una de sus obsesiones fue
embellecer y engrandecer la corte de Córdoba, ciudad que se convirtió en la
mayor de Europa después de Constantinopla. Propició un notable florecimiento
cultural, amplió la mezquita y mandó construir el palacio de Medina Azahara. A
tal esplendor llegó la corte musulmana que el dinar cordobés se convirtió en la
moneda de referencia incluso en la Europa cristiana. No obstante, al final de su
reinado, al Ándalus había sufrido un pequeño retroceso territorial frente a los
cristianos por el norte y a los fatimíes por el sur. Su hijo y sucesor Al Hakam II
(961-976) fue un hombre de letras que promovió las bibliotecas y las enseñanzas
artísticas pero también consolidó el dominio cordobés en el Magreb y afrontó
incursiones vikingas en Lisboa y Almería. Sin embargo, los cristianos no respetaron
su autoridad y dejaron de pagarle las parias comprometidas, lo que comenzó a
amenazar la estabilidad económica y política andalusí.
El periodo califal se cerró con Hicham II (976-1009), hijo de Al Hakam II, que
gobernó desde los once años, aunque quien llevó las riendas del poder fue su
hayib, Abi Amir, más conocido como Almanzor. Este ambicioso individuo se
encargó de eliminar a todos sus enemigos políticos hasta convertirse en el líder
indiscutible del Califato. Impulsó un frente anticristiano y prometió generosas
recompensas a la población a cambio de conquistas. Su prolongada campaña de
aceifas contra territorio cristiano arruinó buena parte de la reconquista y
repoblación cristiana y suministró oro y esclavos al territorio andalusí.
Curiosamente, en estas razias Almanzor contó con la colaboración de numerosos
mercenarios cristianos. La más famosa de ellas significó que en 997 Santiago de
Compostela sufriera la humillación de ver cómo las campanas de su catedral eran
expoliadas y llevadas a hombros de esclavos cristianos hasta la capital cordobesa.
El caudillo amirí también impuso a varios reyes cristianos (Sancho Garcés II de
Pamplona, Bermudo II de León) la obligación de ceder a alguna de sus hijas para su
harén particular. No obstante, el fanatismo islamista de Almanzor acabaría
jugando en su contra, pues aglutinó el odio de todos los cristianos peninsulares.
Por otra parte, el fortalecimiento del ejército, además de incrementar el
reclutamiento de hombres, provocó una mayor presión fiscal, lo que suscitó el
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